Han pasado 16 años desde el último álbum de The Cure, y aunque parezca mucho tiempo, el ritmo con el que Robert Smith y compañía avanzan nunca ha sido apresurado.
Leer más: Tenemos nuevo album de The Cure, tras 16 años de abstención“Songs of a Lost World” es un regreso majestuoso, teñido de esa elegante lentitud que solo ellos pueden lograr. Desde sus primeros años en la escena punk inglesa, The Cure siempre tuvo una madurez melancólica, una que los hacía destacar mientras otros buscaban la inmediatez de la juventud. Esta misma esencia los ha mantenido relevantes y auténticos, sin sucumbir a las expectativas del momento.

El álbum no busca romper moldes ni demostrar relevancia en el sentido moderno, sino que se presenta como una obra de peso y reflexión, donde cada elemento es imprescindible. Desde las líneas de bajo contundentes de Simon Gallup hasta los toques de batería de Jason Cooper, que evocan la intensidad de los primeros años de la banda, “Songs of a Lost World” resuena con ecos de sus trabajos más sombríos, como Pornography y Faith. La guitarra de Reeves Gabrels, aunque nueva en comparación, aporta texturas que recuerdan la influencia de The Cure en el movimiento shoegaze.
La temática del álbum es profundamente introspectiva, abordando la muerte, la mortalidad y la lucha por el presente, con canciones como “I Can Never Say Goodbye”, dedicada al hermano de Smith, y la bella “And Nothing Is Forever”. Sin las explosiones de alegría de temas como “Just Like Heaven” o el juego lúdico de “The Lovecats”, este álbum se mantiene en un tempo deliberado y un estado de ánimo reflexivo. “Alone”, la apertura del disco, es un ejemplo perfecto de cómo el rock puede envejecer con gracia, marcando un viaje que comenzó en un salón de iglesia y continúa con la misma autenticidad.